10 de junio de 2011

Si y do.


El “si” se salía del pentagrama, pero esta vez sin líneas adicionales. Era ese “si” que siempre se le escapaba en mitad de la melodía.
Cada mañana, a las doce y media, sacaba su violín con delicadeza, acariciándolo con suavidad, enredando sus dedos en las tensas cuerdas. Era algo monótono, pero a ellos les encantaba.
 A él siempre le gustaba colocarle el atril a su altura, se alejaba un poco y comprobaba como estaban igualados, le colocaba la partitura en éste y ella se preparaba para tocar.
Él se sentaba en la mecedora de madera de la abuela, y cerraba los ojos transportándose al paraíso. Pero luego los volvía a abrir y la veía, el paraíso era ella, su “pequeño do” como solía llamarla.
Volvía a cerrar los ojos de nuevo, ya que así se sentía parte de la obra musical, pero como  todos los días, el “si”  huía. En mitad de la melodía, se escapaba y quería ir con el “do”. Él volvía a abrir los ojos, la miraba y se reían.
Ella dejaba su violín en el suelo y se acercaba a él acariciándole el rostro, inundando su cabeza en su pecho. El corazón le latía muy fuerte, y ella como de costumbre memorizaba sus latidos. Ellos eran el “si” y el “do”. A tan solo un semitono de diferencia.
¿Y para vosotros qué o quién es vuestro paraíso? 
(Siento mucho no haber actualizado antes,
época de exámenes...)